¿Qué les pasa a los demás?
- Santiago Reyes
- 5 jun
- 3 Min. de lectura

Vivimos en un mundo cada vez más acelerado, donde los niños y jóvenes buscan ser escuchados, comprendidos y aceptados. Como padres, a veces nos enfocamos tanto en corregir, dirigir o proteger, que olvidamos una pregunta fundamental: ¿Qué les está pasando a los demás?. Esto no solo se refiere a sus compañeros, sino también a nuestros propios hijos.
Cuando enseñamos a nuestros hijos a mirar el mundo con los ojos del otro, estamos sembrando las bases de la empatía, el respeto y la convivencia sana. Y este aprendizaje comienza en casa, con nosotros como guías.
Como psicólogo, he aprendido que detrás de cada comportamiento hay una historia. A veces, un niño agrede porque fue agredido. Un joven calla porque no lo escucharon. Un adulto grita porque nadie supo contener su llanto cuando era pequeño.
Y nos preguntamos: “¿Por qué mi hijo explota por todo?”, “¿Por qué ese compañero es tan duro con los demás?” “¿Por qué hay tanta indiferencia o rabia en el mundo?”; Y la respuesta muchas veces está en esta simple pero poderosa pregunta: ¿Qué le estará pasando a esta persona por dentro?
Los seres humanos ofrecemos al mundo lo que recibimos en nuestros años de vida. Si fuimos tratados con ternura, es más fácil que seamos empáticos. Pero si fuimos tratados con frialdad, crítica o abandono emocional, puede que eso sea lo único que sepamos dar, y, claramente "El dolor no expresado se transforma en comportamiento"
Muchos comportamientos disruptivos, violentos o indiferentes no son maldad, sino dolor no comprendido. El niño que molesta sin parar puede estar pidiendo atención. El que se aísla, puede estar luchando con ansiedad o inseguridad. El que insulta, tal vez repite las palabras con las que fue tratado.
Comprender esto no significa justificar, sino abrir los ojos del corazón para educar desde la raíz. Un castigo corrige momentáneamente, pero una comprensión profunda puede transformar de verdad.
Como padres, ¿qué podemos hacer?
Antes de reaccionar, preguntarnos: "¿Qué puede estar sintiendo mi hijo?" La empatía comienza con la pausa. Las emociones no siempre se expresan con palabras, pero sí con conductas.
Observar sin juicio, responder con curiosidad: En vez de decir “¡Otra vez tú con lo mismo!”, podemos decir: “Noto que últimamente estás más irritable. ¿Te ha pasado algo?”
Romper ciclos, no repetir patrones: Tal vez nosotros no fuimos escuchados. Tal vez nos exigieron más de lo que podíamos dar. Pero hoy, como adultos, tenemos el poder de ofrecer lo que a nosotros nos faltó.
"Lo que sana a un niño también transforma a un adulto"
Lo contrario al juicio no es la permisividad, sino la compasión. Cuando ayudamos a nuestros hijos a entender sus emociones y a reconocer lo que sienten los demás, no solo los hacemos más fuertes, también más humanos. A veces, una simple frase puede cambiar la historia:
“No estás solo.”
“Estoy aquí para escucharte.”
“Vamos a entender esto juntos.”
Estas frases no solo calman un mal día. A veces, sanamos con ellas heridas que llevan años abiertas.
Enseñemos a nuestros hijos a mirar a los demás con esta pregunta en el corazón “¿Qué le estará pasando por dentro para actuar así?” Esa mirada transforma relaciones, evita conflictos y abre caminos hacia la empatía, la reparación y la paz.
Porque al final:
"lo que más necesitan nuestros niños y jóvenes no es corrección, sino conexión"
Comments